Nos reunimos, en un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, para dar gracias a Dios, en quien no podemos dejar de pensar y a quien no podemos dejar de alabar si queremos pensar y obrar a favor del bien común, a favor de la Patria.-
El bien común y el cuidado de los ciudadanos está en manos de quienes se comprometieron ante Dios y la Patria a su cuidado y servicio.-
Por bien común es preciso entender el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los ciudadanos y a las instituciones conseguir más plena y fácilmente su propia perfección. El bien común afecta a la vida de todos. Exige la prudencia por parte de cada uno, y más aún por la de aquellos que ejercen la autoridad. Comporta tres elementos esenciales
En primer lugar, el respeto a la persona en cuanto tal. En nombre del bien común, las
autoridades están obligadas a respetar los derechos fundamentales e inalienables de la
persona humana. Además, la sociedad debe permitir a cada uno de sus miembros realizar
su vocación.
En segundo lugar el bien común exige el bienestar social de las personas y de las
instituciones. El desarrollo del bien común, es el resumen de todos los deberes sociales.
Ciertamente corresponde a la autoridad decidir, en nombre del bien común, entre los
diversos intereses particulares; pero debe facilitar a cada uno lo que necesita para llevar
una vida verdaderamente humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura,
información adecuada y verdadera, derecho de fundar una familia, respeto por la vida
desde su concepción hasta su muerte natural.
En tercer lugar, el bien común, implica finalmente la paz, es decir la estabilidad y la
seguridad de un orden justo. El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la
verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor.
Para cumplir todos estos objetivos hay que proceder a un renovación de los espíritus y a una
profunda reforma de la sociedad. El espíritu de Dios que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y la faz de la tierra, no es ajeno a esta evolución. Y por su parte el fermento evangélico deberá despertar en el corazón de los hombres y de nuestra Patria esta irrefrenable exigencia de la dignidad humana.-
Madre y maestra de Pueblos, la Iglesia católica fue fundada como tal por Jesucristo para que, en el transcurso de los siglos, encontraran su salvación, con la plenitud de una vida más excelente, todos cuantos habían de entrar en el seno de aquella y recibir su abrazo. A esta Iglesia confió su divino fundador una doble misión, la de engendrar hijos para sí y la de educarlos en la verdad y el amor, velando con maternal solicitud por la vida de los individuos y de los pueblos, cuya superior dignidad miró siempre la Iglesia con el máximo respeto y defendió con la mayor vigilancia.
En efecto, es la Iglesia la que saca del evangelio las enseñanzas sociales en virtud de las cual se puede alcanzar una convivencia más justa, fraterna y solidaria. La doctrina de Jesús une en efecto la tierra con el cielo, ya que considera al hombre completo, cuerpo y espíritu, inteligencia y voluntad y le ordena elevar su mente desde las condiciones transitorias de esta vida terrena hasta las alturas de la vida eterna, donde un día ha de gozar el hombre de felicidad y de paz sin fin.-
Nacida del amor de Padre Eterno, fundada en el tiempo por Cristo Redentor, reunida en el
Espíritu Santo, la Iglesia tiene una finalidad escatológica que debe ser inaugurada aquí en la
tierra y entre los hombres.-
Nuestros Próceres, hombres y mujeres, que hicieron grande nuestra nación tuvieron plena
conciencia de este desafío. En la etapa fundacional de nuestra Patria la fe motorizaba el deseo de libertad y el anhelo de construirnos como nación.-
En estas circunstancias históricas la fe, nos exige, crecer aún más en nuestro compromiso
ciudadano. Somos conscientes de la crisis en la que hemos caído. Sin embargo, no podemos dejar de rezar por nuestra patria y juntos poner la mano en el arado para salir adelante, ya que, solo con oración, ayuno y trabajo, la Argentina superará esta crisis.
Esta, si bien tuvo consecuencias económicas y sociales muy graves, viene de vieja data, y tiene sus profundas raíces en el individualismo y en el relativismo que distorsionan la concepción de la vida humana y de la convivencia.-
De allí la necesidad urgente que todos los argentinos, y especialmente los cristianos,
descubramos mejor nuestra vocación por el bien común, y así nos convirtamos de habitantes en ciudadanos.-
Son muchos los desafíos que debemos enfrentar. Señalamos algunos que nos parecen más
significativos y nos urgen:
El reconocimiento de la vida como don de Dios y el primer derecho humano a respetar; y
hemos de reconocer la vida desde la concepción hasta su fin natural. Además, la familia
fundada en el matrimonio entre varón y mujer no puede dejar de ser la célula básica de la
sociedad y la primera responsable de la educación de los hijos;
El bien común como bien de todos los hombre y de todo el hombre al cual deberemos
ponerlo sobre los bienes particulares y sectoriales; la inclusión, que destierren la pobreza y
la inequidad que permitan a todos participar de los bienes espirituales, culturales y
materiales de la nación; el federalismo que debe respetar la necesaria y justa autonomía
de las provincias respecto del poder central; políticas de estado es decir capacidad de
diálogo y habilidad para gestar consensos que orienten hacia un proyecto común de
nación.-
Nuestro más vivo deseo es que la conmemoración de un aniversario más de nuestra patria, sea fuente de renovación y donde la reconciliación de los argentinos genere finalmente un ambiente de verdadera paz y amistad, como lo soñaron los hombre y mujeres de ayer, lo debemos construir los de hoy y proyectarlo para los del mañana.-
+ Mons. Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú
Comments