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Homilía de Mons Marcelo Martorell correspondiente a este domingo XXI "XXI Domingo durante el año (b)

“Las Palabras que yo les dije son espíritu y vida” (Jn. 6,60)



Elegir a Dios y serle fiel: esa es la consigna. O se toma partido por Dios o se van detrás de los ídolos. Leemos en Josué (24, 1-2.15-18) que el pueblo hebreo atravesaba el Jordán y allí -a punto de entrar a la Tierra Prometida- Josué plantea este dilema: o tomar partido por los idólatras o por Yahvé (Jos. 24, 1-2), o Dios o los ídolos. El Pueblo le contesta: “¡lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros!” Nosotros serviremos al Señor porque él es nuestro Dios” (Ib.16). Este reconocimiento -sin embargo- no le impide a Israel fluctuar entre la fidelidad y la idolatría, que es el gran drama de la vida de Israel. Sin embargo aunque muchos fallen, quedará siempre un “resto fiel” con el que el Señor puede contar. Este resto fiel, renueva a lo largo de la historia su fidelidad a Dios. Por eso, no basta elegir a Dios una vez, sino que hay que renovar esa elección con constancia y amor por Dios y por sus designios. Es tener presente en el corazón que Él es el Señor, el único Dios y Padre y reconocer que es imposible servir al Señor y a nuestros caprichos del mundo, que son otros tantos ídolos en nuestras vidas.

También el Señor Jesús al terminar el discurso del “Pan de Vida” (Jn. 6, 61-70), impone a los que escuchan una elección. O seguirle aceptando el misterio de su carne y de su sangre dados en alimento a los hombres o dejarle apartándose de Él. Muchos se escandalizan –tanto judíos como discípulos- diciendo: “esta forma de hablar es dura ¿Quién puede hacerle caso? (Ib. 60). Jesús les reclama que para aceptar este misterio es necesario tener fe: “el espíritu es quien da vida, la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida, y con todo algunos de ustedes no creen” (Ib. 63). Para le Eucaristía es necesaria la fe. Sin ella, el hombre no verá más que pan y vino y no atisbará el misterio inmenso que se oculta detrás: la misma vida de Dios.

Sin embargo no debemos condenar a quien no cree con tanta liberalidad. La fe es un don de Dios y este don debe penetrar en el corazón del hombre y hacerse en él una necesidad para su vida. La vida sin fe es tremendamente dolorosa y lleva al hombre al aislamiento y muchas veces a la desesperación. Para creer y aceptar el “misterio eucarístico” hay que entregarse a Dios en Jesucristo y creer en la dimensión eterna de su amor que haciéndose comida y bebida, camina en nuestros pasos por la vida, elevándonos en las virtudes de la esperanza y el amor.

Y el Señor frente a la duda de los doce les pregunta: ¿También vosotros queréis iros? A Cristo o se le acepta o se le rechaza íntegramente, no se puede aceptar una parte sí y otra no. Aquí el error de los hermanos cristianos separados: el misterio de la Palabra sí, el de la Eucaristía no; el de la Comunidad sí pero el de la Iglesia no. Ni la compasión por los incrédulos ni el deseo de atraerlos nos debe llevar a mutilar el misterio íntegro del Señor y especialmente lo que Él mismo ha dicho y enseñado sobre la Eucaristía.

Nadie ha amado tanto a los hombres ni procurado su salvación más que él. Sin embargo ha preferido perder a muchos discípulos que modificar una coma de sus palabras. Pedro nos muestra la actitud de quien ha decidido en su vida por Cristo al exclamar: “Señor a quien vamos a ir si sólo Tú tienes palabras de vida eterna, nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo consagrado por Dios” (Ib. 68). Así pues el misterio eucarístico seguirá por los siglos distinguiendo a los verdaderos seguidores de Cristo.

Que María Madre nos ayude a gustar y necesitar de Cristo Eucaristía.


+ Mons. Marcelo Raúl Martorell

Obispo de Puerto Iguazú





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